No sin mi paranoia

He observado la cara implacable del tiempo; implacable pues todo cuanto dice es que lo que ahora hagamos o digamos, todo aquello que amamos y despreciamos, nuestros mayores anhelos y miedos, nuestro futuro y nuestro pasado, serán pronto sólo arena flotando en el eterno viento de los eones.

viernes, 24 de abril de 2009

Pepito

Me resulta muy gracioso lo que oigo últimamente acerca de la crisis.  Cuando los políticos hacen mención a ella en la televisión, da la sensación de que la crisis es como una especie de tormenta, un hecho puntual negativo, una fuerza de causa mayor originada por los infortunios del destino, a la que nos vemos sometidos por la crueldad de los dioses, y que puede irse tan rápido como ha venido tomando alguna píldora o agitando la varita mágica. Es por ello que uno no puede evitar cachondearse cuando el presidente del Gobierno anuncia una recuperación económica para la segunda mitad de 2009, un poco antes de remodelar buena parte de su gabinete (con grandes ideas como poner a González-Sinde al frente del ministerio de Cultura, o lo que es lo mismo, poner al zorro a cuidar de las gallinas) y un poco antes también de que Corbacho tenga que tragarse sus palabras en las que aseguraba que el paro no llegaría a los cuatro millones. Hay otros ejemplos igualmente patéticos de la gestión que se está haciendo, pero dejémoslo estar por ahora.

Para entender el por qué de la crisis es necesario entender algunas cosas. La crisis no ha aparecido en 2007, 2008 ó 2009: lleva gestándose desde mucho antes, más de una década, solo que sus consecuencias (destrucción de empleo, pérdida de riqueza, etc) no se han hecho visibles hasta ahora. Para saber qué es la crisis, es necesario que nos remontemos unos años atrás y conozcamos a Pepito.

Pepito, ese singular personaje que no terminó secundaria, que vive con su madre en un piso de cuarenta metros cuadrados, que trabaja de cajero de nueve a seis por setecientos euros, y que se muere de envidia cuando ve pasar en sus deportivos a sus antiguos compañeros de colegio, que estudiaron duramente durante muchos años, se pregunta: ¿por qué esos se pueden permitir vivir así y yo no? Así que, todo decidido, se va al banco a pedir un préstamo (nota: si te presta dinero a interés un particular, se llama usura y está prohibido; si lo hace un banco, se llama préstamo o hipoteca y es legal) y le dice, todo serio, al director: "Quiero vivir lujosamente. Quiero tener una mansión y un Porsche. ¿Me prestarían ustedes 300.000 €urillos de nada?". A lo que el director responde: "¿Tiene usted algo con lo que avalar el préstamo?" y Pepito contesta: "Mi madre tiene un piso de cuarenta metros cuadrados. ¿Eso sirve?". El director, consternado, responde: "Lo siento, me temo que no".

Así pues, Pepito se va todo triste para su casa resignándose a su vida de siempre. Pero Pepito no se imagina lo que le depara el futuro, y es que el director del banco (hombre avispado como pocos, puesto que trabaja en un banco) está pensando constantemente en nuevos métodos para obtener dinero de la gente, y al ver a Pepito se le ha encendido una bombilla. Así que el director del banco coge el teléfono y llama a un antiguo compañero del Máster en Gestión Económica con el que estudió en los USA:

- Hombre McBrian, ¿qué es de tu vida? Escucha, ha venido antes un don nadie a pedir una hipoteca, pero claro, no tenía un puto duro y no se la he podido conceder.

- Bueno, no te quejes, Raulito. Aquí se están poniendo de moda las hipotecas a personas que no tienen ni dinero, ni trabajo ni activos. Si el hipotecado no puede pagar la hipoteca, nos entrega las llaves de la casa y estamos en paz. Ahí tenéis la suerte de que si el valor de la casa se ha devaluado, aunque el hipotecado os entregue las llaves de la casa os sigue debiendo la diferencia. Podéis arramblar con su nómina, con sus bienes, con sus avales y con su herencia. ¡Qué afortunados sois!

- Sí McBrian, la verdad es que no nos lo montamos mal. ¿Así que prestarle dinero a gente que no tiene ni un puto duro, dices?

- Claro, como pueden pagar mucho menos al mes, puedes alargar el tiempo de devolución mucho más y al final terminan pagando más intereses que aquellos que tienen dinero.

- Es decir, que con los que tienen menos dinero se puede hacer más negocio que con los que tienen mucho.

- Ahí le has dao.

- Joder McBrian, por algo estudiamos un Máster. Bueno, que te vaya bien.

Así que, el director del banco llama a Pepito frotándose las manos y lo cita en su oficina.

"Pepito, tengo una noticia maravillosa para usted. Vamos a concederle la hipoteca, pero no de 300.000€, ¡sino de 400.000! Alguien como usted se merece vivir en una mansión y tener un deportivo aún mejor".

A Pepito esto le hace una gran ilusión; ya se imagina abriendo la puerta de su garaje con el mando a distancia para meter el Cayenne al llegar a casa. Sin embargo, Pepito, que no es tonto del todo, pregunta: "¿y qué pasaría si en algún momento no puedo pagar la letra de la hipoteca?". El director, que se siente incómodo tratando estos asuntos, le dice: "Pero Pepito, ¡eso no supone ningún problema! ¿No sabe usted que la vivienda nunca baja de precio? Si compra usted la casa ahora por 400.000€, ¡probablemente dentro de un par de años valga 500.000€! En caso de que no pudiera pagar la letra, vende su casa ¡y encima habrá hecho negocio!" (lo peor de todo esto, queridos lectores, es que el director del banco se cree lo que le acaba de decir a Pepito).

Así pues, Pepito firma entusiasmado. Piensa "¡No tengo nada que perder! Si las cosas se ponen feas, vendo la casa y me vuelvo con mi madre, que ha sido tan amable de avalarme con su piso".

Los siguentes meses los transcurre Pepito en el olimpo de la felicidad. Va con su Porsche Cayenne hasta para comprar el pan, se ríe de sus antiguos compañeros, se zambulle en su piscina dando gracias al banco por haberle permitido tener la vida que siempre quiso...

Por desgracia la felicidad de Pepito no dura demasiado. Su nómina de setecientos euros empieza a ser insuficiente para pagar la letra de la hipoteca, que cada vez es más alta debido a un tal Euribor. "Como pille al tal Euribor se va a enterar, le voy a dar una paliza que no lo va a reconocer ni su abuela", piensa Pepito.

Así y todo, un día al llegar al trabajo el jefe de Pepito le llama al despacho.

- Verás, Pepito. Resulta que nuestra cadena de supermercados tenía unas participaciones altísimas en una empresa constructora que ha ido a la quiebra recientemente. Para hacer frente a los gastos, nos estamos viendo obligados a hacer recorte de personal. Tú ya entiendes por donde voy, ¿verdad?

- Claro, claro. No se preocupe, puede contar conmigo, yo le diré cuáles de mis compañeros son los que peor trabajan.

- Je je, muy gracioso Pepito. Bueno, en este sobre está el finiquito, le deseo lo mejor.

- ...

Pepito se ha quedado sin trabajo y por tanto sin ingresos, y cree estar bien jodido, pero su incursión al pozo de mierda financiero no ha hecho más que empezar. Se dedica a buscar trabajo por todos lados, pero en la tele han dicho que hay nosequé de crisis y nosecuantos millones de parados y puede que eso tenga algo que ver.

Los ahorros de Pepito están al límite, así que termina por tomar la fatídica decisión que hubiera preferido no tomar: vender su casa. La anuncia en internet, en el segunda mano, en anuncios por la calle, en todos lados: "Magnífica casa en zona residencial, garaje con mando a distancia y deportivo incluido. Precio, 500.000€."

"Me quedaré sin casa, pero al menos le ganaré 100.000€ y me puedo estar un buen tiempo a la bartola", piensa.

Desgraciadamente, los meses pasan y pasan y nadie llama a Pepito. Resulta que Pepito no fue el único que se compró una vivienda en esas condiciones, y resulta que a todo el mundo le ha sucedido lo mismo: se ha quedado sin forma de pagar la casa y ahora está obligado a venderla. Pepito baja un poco el precio. "No hay que ser abusones", piensa, "450.000€ por esta casa es un chollo, seguro que me la quitan de las manos". Aún con la bajada, nadie llama.

Un día lo dicen por la tele: "el precio de la vivienda baja". Esto supone un duro palo para Pepito, ya que no solamente no puede vender su casa por lo que le costó, sino que tiene que venderla por menos y encima tendrá que pagarle al banco la diferencia con lo que pueda.

Después de un año sin que Pepito le haya pagado ni una letra al banco, recibe la notificación en la que se avisa de que va a ser embargado su piso, sus bienes, y sus avales.

Esta triste historia termina aquí, con Pepito y su madre en la calle, y con una deuda enorme con el banco. En la siguiente entrega haré una identificación de todos los agentes y de cuál ha sido su papel en todo el proceso.

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